jueves, 11 de febrero de 2010

ZON

Decididamente lo mío no es el frío, entre mis pulmones débiles y mis pies helados siempre termino tropezándome con la enfermedad seis meses al año.

Mi voz se muta por un eco y los gritos se desvanecen en el aire, mi nariz pierde el sentido del olfato totalmente y la tos me delata cuando intento pasar desapercibida.

Adios helados de cereza cuando el antojo me muerde las entrañas y ni qué decir de las bebidas retacadas de hielo, me olvido de sacarme los calcetines cuando me encanta andar por la casa descalza y de dormir con la ventana abierta para ver que se siente la luz de la luna en mi cara.

Mi mente se amodorra con todas esas pastillas que solamente disfrazan los achaques y que me hacen preferir drogas verdaderas que al menos me atonten con toda la intención, a veces creo que un día de estos un órgano interno terminará poniéndose a huelga ante tanto descuido y maltrato.

Pero menos el corazón, no sé porque resultó ser tan fuerte ante tantos embates y batallas, que ha resistido romperse y volver a unirse en uno a pesar de las grietas que le van quedando, ha soportado mucho más que los pulmones débiles, el estómago sensible y los riñones traicioneros, no ha dejado de ser cálido a pesar de los pies fríos y las manos heladas que tiemblan sin guantes de lana y que me vuelven a levantar cada día para comenzar de nuevo.

Y sobre todo no han perdido la capacidad de querer a pesar de los desaires.

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